Con
el tercero llegó la discordia. Él prefería no hablar de la tercera,
claro, porque ella solo era una amiga, especial, pero una amiga; no como el
treintañero que rondaba a su pareja, ese jovenazo de anuncio de patatas sin gluten,
que además de follársela la escuchaba y
la admiraba.
Propio
de ti, atacar para defenderte, se dijo contemplándose frente al espejo del
salón. Mientras, ella no paraba de hablar, ofendida, iracunda. Apenas la
escuchaba.
Hablaba
de forma controlada y altiva como quien se sabe con razón en lo que dice, como
quien fundamenta sus hipótesis en verdades irrefutables comprobadas término a
término.
−
No me defenderé, solo voy a decirte dos cosas: Una, yo no busco víctimas, busco
compañías. Dos, mis tetas, están perfectas, y se ve que hace mucho que no me
miras el culo.
Mientras
la miraba de cintura para abajo, pensando en lo torpe que había sido en su
ataque estéril y blandengue, escuchó como si fuera una sentencia de muerte:
− Lleva
razón el tonto del pueblo: El mundo gira en torno a un agujero, que además ni
siquiera es vuestro.
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