lunes, 18 de abril de 2016

ABANDONAR LA VIDA A BOCADOS


Quiero creer que las cosas terribles siempre ocurren en días tormentosos y tristes, a través de nubes oscuras que acechan como mirlos insidiosos; o en noches frías con jirones de cirros ocultando la luna llena. Pero no es cierto, a veces transcurren con un sol de primavera bajo el que nunca puede pasar nada malo, y las historias, hasta las malas, suceden públicamente sin pudor ni conciencia de pecado.
Así debió ocurrir aquello, sin conciencia de pecado, sin pudor por parte de los justicieros. En mi casa lo contaban como un hecho mágico que adquiría condición mítica de heroicidad, o de justicia divina.
Antonio, mi tío, era un hombre de campo, joven, fuerte y grande, al que llamaban El Penas, por su afición al cante, y cuyo único delito había sido trabajar duro y hablar con demasiada libertad en la posada.
Un día, o una noche quizás, montó contra su voluntad en un camión pegaso, el único de la comarca, confiscado con conductor incluido, para acarrear cuerpos, vivos y muertos.
El camión olía a sangre, a mierda, a vómito y a orines secos escapados de decenas de viajeros anteriores. Llegó a una cuneta cualquiera, una fría y oculta, tras una curva, o tras unos pinos. Bajaron todos. Antonio se resistió a los empujones de su verdugo, Mateano se apodaba, con el que había trabajado codo con codo en más de una ocasión.
─Si me vais a matar, será a la fuerza. No pienso colaborar.
─Hijo de puta, cabrón, ¡baja ya!
Supongo que el miedo movía a los dos. A uno por su cercanía a la muerte, al otro por su lejanía de la vida.
Bajó del camión a patadas, y como un perro acorralado y rabioso mordió a su guardián en la espinilla. Todas sus fuerzas, desde aquel instante hasta el final de sus días quedaron concentradas entre la mandíbula de Antonio y la pierna que lo pateaba.
Luego, un fuerte golpe en la cabeza, un sonido agudo y la oscuridad.

Años después, cuando la contienda y la post contienda habían dejado a unos sin nada y a otros muertos, el guardián de aquella escena aún tenía la herida tierna agarrada a su pierna. Nunca se le curó. Dicen que se enquistó y le provocó una abertura supurante y maloliente que no dejó de recordarle, mientras tuvo consciencia, que un día, alguien a quien conocía, luchó contra él, con uñas y dientes, para no abandonar injustamente esta vida.

14 ABRIL 2016

2 comentarios:

  1. Las injusticias no tienen ni luna ni sol
    no tienen hora
    pero sí memoria...para todos aquellos que lo vivieron...

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  2. tu talento de letras me encanta
    U abrazo desde lo lejos

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