A veces, los
cazadores de sombras perseguían luces equivocadas, que esquivas y
disimuladas, parecían reales. Tenues, acechaban a la vuelta de una esquina o al
fondo de la calle, agazapadas en una pared cualquiera. Los cazasombras,
pacientes y alertas, paseaban cuantas calles podían ocultar el negativo de un
objeto.
Cuando las encontraban, disparaban miles de ráfagas de
luz con sus cámaras réflex, disolviéndolas en cuestión de segundos, y acabando
para siempre con esas oscuras siluetas surgidas de las ilusiones no cumplidas
de los habitantes de la ciudad.
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