Aquel
desorden no era más que un montón de fragmentos desusados de su vida, recuerdos
almacenados y desnudos, olvidados o no. Tras muchos ensayos decidió guardarlos
así, dispuestos en paralelo como las fichas de un dominó, uno tras otro, en orden
cronológico. Advirtió a tiempo que si caía uno, caerían todos los demás. Eso le
hizo reflexionar. Aunque ya no sirvieran más que para echar algunas partidas en
las tardes aburridas de domingo, no quería perderlos; de modo que buscó otra disposición
que favoreciera su búsqueda. Los recuerdos son muy sensibles a la luz, por lo
que descartó la posibilidad de colgarlos en la noguera del jardín como si
fueran hojas secas. Finalmente optó por almacenarlos en bolsitas de colores,
por temáticas: recuerdos de caricias de amor, de risas de hijos, de lágrimas de
desamor, de arrumacos adolescentes, de frutas robadas, de olor a él, de sabores
de pueblo…
Tiempo mal empleado. Los recuerdos tienen sus propias leyes, son testarudos y cabrones, tarde o temprano se cansarán de permanecer alineados en sus bolsitas y reaparecerán cuando menos se les espere, torciendo o enderezando el discurrir de la vida.
ResponderEliminarYa verás.
Pues tenerlos campando a sus anchas tampoco es solución.
ResponderEliminarQué lindo final.
ResponderEliminarUn abrazo, MA.