domingo, 14 de diciembre de 2014

CASTIGO DIVINO


Carmen quedó viuda apenas nació su octavo hijo. No fue una muerte esperada la de su marido, pero sí anunciada por los vómitos sanguinolentos y dolorosos, compañeros de mil borracheras. Al principio sólo eran vómitos, luego fueron molestias ocasionales, y finalmente el dolor se quedó a vivir en el fondo de su garganta, agarrado a la ronquera y a la desesperación. Cuando dejó de comer acababa de cumplir los 40, era fuerte y le sobraba energía para engendrar otros ocho hijos, satisfacer a su mujer en la cama, y emplearse con las cuatro putas de la calle de arriba.
Carmen lo echó de menos el resto de su vida, a pesar de las palizas que se derivaban de las noches de taberna y los amigos de brisca y cinquillo. Con un resentimiento oculto, ella solía decir que no eran palizas, que ellos se pegaban a medias, que se querían, que lo quería más que a la niña de sus ojos y que el Señor lo castigó con su enfermedad por las muchas veces que había follado con otras mujeres.
Cuando la muerte ya había decidido que él lo acompañara y que para ese viaje no necesitaba comer, Carmen buscó, en vano, todas las formas a su alcance para procurarle alimentos que pudiera tragar: papillas de frutas enriquecidas con miel, zumos mezclados con yema de huevo, legumbres trituradas desprovistas de su piel y mezcladas con caldo de carne… La llaga de su garganta era tan grande que le cerraba el paso a cualquier alimento que intentaba pasar a través de ella.
Finalmente, Carmen consiguió que un chorrito de leche pasara, gota a gota, hacia el estómago de su marido. Fue eso lo único que comió en sus últimos meses de vida y lo que le permitió vivir su larga agonía mejor alimentado.

Dios lo ha castigado, decía ella como si dictara una sentencia justa; la leche era la única bebida que él había odiado durante toda su vida. 

1 comentario:

  1. Cada uno elige como vivir e interpretar cada momento de la vida
    Gracias por volver
    Me encanta leerte
    Feliz Navidad

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