No sé cómo me vi envuelta en
aquella maraña de complicaciones. Todo ocurrió poco a poco, como ocurren las
cosas cotidianas que al principio no son pero que terminan siendo. Las
sugerencias se convirtieron en leyes, los cariños en órdenes, las manías en
horribles defectos. Por eso decidí sembrar zarzas gigantes bajo el puente que
unía su castillo y mi choza. Crecieron tan lentamente como nuestro despecho,
pero al final se hicieron tan grandes que llegaron a cubrir el puente y todos
sus intrincados hierros; la mejor manera de impedir que llegara hasta mí, a lomos de su
caballo blanco, para hacerme daño.
Vivía sumida en un sueño sin
mucho sentido, pero reposado. Veía pasar la vida alimentando a los animalitos
del bosque, regando ramas que no tenían salvación, recogiendo plantas
aromáticas… Hasta que a Maléfica, la bruja, se le ocurrió que yo tenía que
morir, y a él que tenía que salvarme. Nadie me preguntó a mí.
Ahora, cien años después, sin
animalitos, ni plantas que regar pero con una familia numerosa de “Categoría Especial” y un gran castillo para limpiar, me pregunto cada
día, mientras abro el torreón del este, que necesidad había de cortar las
preciosas zarzas que me resguardaban de esta vida, de besarme o de hacerme
dormir cientos de años, si al fin y al cabo en aquella choza, sola y aburrida,
era más Bella Durmiente de lo que nunca he sido.
A lo mejor esto es el lado positivo del que hablamos
ResponderEliminarPor cierto, la Bella Durmiente fue la primera ni-ni de la historia