El
macetero era horrible, y la planta. No podía ser de otra forma; al fin y al
cabo esa maceta era el producto de las semillas que la habían martirizado
durante toda su vida, desde el miedo a la oscuridad de su primera infancia
hasta el horror a la soledad de su adultez. Incluso había plantado sus
pesadillas y sus desvelos, y sus decepciones también. Unas las había plantado
cuando apenas eran semilla, otras cuando ya habían crecido desmesuradamente
¡Qué necesidad había de poner un macetero bonito a semejantes brotes!
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