Fotografía: Lorenzo Ordás |
Mientras
despiojaba el velo del vestido de pajitas y hierbas secas pensaba en el
desastre que había evitado al no casarse con el marido de su hermana.
Ella
murió a manos de ese hombre porque la comida estaba fría y la puta leche
caliente, porque hablaba con las vecinas mientras compraba el pan y porque su vestido negro de
mujer anciana cerrado hasta el cuello le marcaba sus inevitables caderas de treintañera.
Cuando la enterraron se juró que algún día lo caparía como al cerdo que era.
El
hombre que mató a su hermana comenzó a rondarla solo un mes después, y aunque su
aliento le repugnaba y su simple presencia le provocaba nauseas, se dejó
cortejar buscando cada día una oportunidad para destriparlo de arriba abajo.
Usó el
vestido de su hermana para su maldita boda con él y derramó una lágrima por
cada uno de los 80 diminutos botones que se abrochó. Pero no pudo hacerlo, se
negaba a proporcionarle la posibilidad de esclavizar a otra mujer. Corrió
atravesando los campos secos que la separaban del cementerio y sentada junto a
la lápida de su gemela, recapacitó y decidió no matarlo siendo su esposa. Lo
mataría mañana con la solemne autoridad que le daba ser la hermana de la
muerta.
Un relato muy inquietante, me gusta!!!!
ResponderEliminarGracias "Mirados". Miraré tu página más a menudo, tus fotos de "gente" son muy sugerentes.
ResponderEliminarCreo que yo también lo mataría...
ResponderEliminarLa muerte siempre te da una autoridad no consentida...siendo la hermana o madre o lo que fuera...tendría todo el derecho del mundo...bien que se lo adjudicó él ese derecho...¿porqué no los demás?
Que triste...eh?
Un besito