Ante el espejo, Alicia no se soportaba, flaca y larguirucha, rubia y
blanquísima. Su reflejo le parecía soso y vacío. Enfurecida, lo desechó, hecho
añicos, de su famosa colección de objetos reflectantes.
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¡Al fin y al cabo, no es más que un horroroso espejo usado de
segunda mano!
En ese preciso instante perdió la posibilidad, por siempre jamás, de
preguntarle, años después, “espejito, espejito, ¿quién es la más bella del
reino?”.
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