miércoles, 13 de abril de 2011

AL DIA SIGUIENTE

La cita era al día siguiente.

Para confirmarla, entré en mi Facebook. Él estaba allí. Arranqué con un “Hola”. Varias frases cruzadas, escritas sin estilo. Me recordó la cita de mañana. En un impetuoso ataque de coquetería, le pregunté: ¿…y qué me pongo?

- ¿Eres capaz de venir sin bragas?

Me extrañó la respuesta, y que a su edad, fuera incapaz de diferenciar

entre “poner” y “quitar”, pero obvié ese signo de absoluta ignorancia masculina en favor del adolescente arrebato sexual que nos guiaba.

- No creo. Ya veremos.

A pesar de mi respuesta, pasé la noche planeando la forma de llevar a cabo su deseo. ¿Qué estaría pensando él? Dudé, e ideé diez maneras de hacerlo. Volví a dudar. En invierno, sin ropa interior. No sé. Finalmente, con la intención, mucho o poco meditada, de hacer realidad una fantasía, lo preparé todo concienzudamente. No fue fácil, ni la decisión ni los preparativos. ….Esperé a que todos se acostaran y, sigilosamente, guardé en una bolsa de supermercado un vestido negro abotonado por delante, de arriba a abajo, estrecho, y un abrigo negro largo; y un preservativo con sabor a fresa. Escondí la bolsa bajo una manta de viaje, en el maletero del coche. El plan sería el siguiente. Saldría de casa con la ropa de trabajo: botas altas, pantalón vaquero, sujetador y braguitas negras, y camiseta de manga larga; probablemente también negra. Al salir del curro pararía en una cafetería, pediría un café, iría al servicio y me cambiaría. Me pondría el vestido, sin medias, con las botas y el abrigo largo, que me cubría casi hasta los tobillos.

Me dirigiría al edificio y llamaría al portero automático. Él me abriría. Mientras subía, en el ascensor, me quitaría las braguitas y me las guardaría en un bolsillo del abrigo. Hasta ahí, llegaba mi imaginación. El resto, lo que va entre el saludo inicial y un apoteósico orgasmo, era incapaz de proyectarlo.

Durante el trayecto, helada de frío, comencé a gestar alternativas. Quizás yo debería haber sugerido otra fantasía. Una más agresiva, al estilo de “El cartero siempre llama dos veces”, con un vestido de tirantes, de tejido ligero y resbaladizo, y de fácil acceso. Y hacerlo precipitadamente y semivestidos, sobre la mesa del salón, plagada de objetos cotidianos: un boli, papeles del banco, el libro de lectura, revistas del corazón, un vaso de agua, dos mandos de la tele…. Las mesas de las cocinas españolas son endebles y muy pequeñas. Cederían pronto ante el peso y el movimiento. Aunque, por supuesto, en la mesa del salón el efecto no sería el mismo que revolcados sobre el suave tacto de la harina de amasar el pan, que yo recordaba de la película. Ni sería lo mismo que mis dedos, durante el forcejeo, se encontraran con los botones del mando a distancia, en lugar de hundidos en un montón de masa blanda, mientras me penetraba ávidamente.

Ansiosa, llamé al portero. No hubo respuesta. ¡Dios, no puedo creerlo!

Volví a llamar.

No, no es cierto. No siempre que se llama dos veces, hay respuesta.

Literalmente minimizada, volví a casa. Antes, pasé por la misma cafetería, que ya no era la misma ante mis ojos. Me cambie con rabia y guardé en la bolsa del COVIRAN el vestido y el abrigo largo. Me sentí ridícula. ¡Tanto preparativo para esto!

Al llegar a casa me duché bajo un fuerte chorro de agua caliente, entre grandes dosis de impotencia, adrenalina y lágrimas furiosas.

No volví a usar esas braguitas, ni ese vestido, ni a barajar la fantasía de ir medio desnuda por la calle, en dirección a un hombre.

9 comentarios:

  1. Grandioso relato cargado de realismo, de la frustración de cualquier mujer ante una situación parecida.

    Quien no ha pasado por un fracaso de cita después de haberla imaginado perfecta la noche antes. Es parte de la aventura del vivir y como no de la diversión.

    Besos :)

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  2. Cuando el susodicho lea esto se va a tirar de los pelos. Seguro. Muy bien contado, MA. A mí me ha puesto.

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  3. Me ha encantado, el relato, la idea, es buenísimo y real como la vida misma.

    Felicidades, casi podía ver la escena ante mis ojos. Me has convencido te leeré mas a menudo.

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  4. buenísimo!!

    en el final de mi último poema también se bajan las bragas, coincidencia

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  5. Pobrecita! Tantos desvelos y tanto quebradero de cabeza pa ná.

    Muy conseguido el suspense hasta el final.

    Besos.

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  6. Quién sabe, quizás justo en ese momento el chico bajó a buscar la farmacia más cercana para comprar condones pensando que su cita aún no llegaría y que los necesitaría para esa noche. O quizás estaba comprando la harina. O las pilas para el mando a distancia.

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  7. Ah, resulta que no estaba. ¿Y los móviles?... oh, ya, todos lo hemos hecho alguna vez: no darse el móvil, no introducir comodines en las sugerentes reglas de juego.
    El juego es lo que tiene.
    El juego es estupendo: produce gratas esperiencias siempre gratas, si no por la experiencia en si, por el vértigo de algo bueno para convertir en post.
    ...estos relatos me resultan fascinantes por asisitir al interior de la mente del otro en el mismo proceso.
    Yo estoy con wersatile... claro que yo no habría pedido que vinieras sin bragas, perderme una batala más ese proceso de abrirme camino a través de la ropa y la pretensión de sus formalismos.

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  8. Me ha encantado el relato, una primera parte de lo mas sugerente y sugestiva, y un final con regusto amargo.
    Las fantasías son excitantes y muy placenteras cuando hay colaboración. Aun así, tambien estoy de acuerdo, yo tampoco hubiera pedido que viniera sin bragas, en todo hombre hay su punto fetichista.
    También es verdad que esa fantasía evoca otros roles.
    Pero desde luego de lo que si que estoy convencido, es de qe el muy tonto se lo perdió.

    Saludos

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  9. Gracias a todos. Creía que este iba a pasar desapercibido, por ser tan largo.
    Lo de abrirse camino a través de la ropa, lo dejaremos para otro relato.

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