domingo, 18 de diciembre de 2011

¡HÁBLALE A LA LASAÑA!

Lolita acababa de llegar a su casa. El día había sido duro en el trabajo, insípido y sin sentido. Durante toda la mañana se sintió desconcentrada y con una sensación de muerte tras de ella. Desde que había conocido a aquel chico, su vida era una moneda de canto sobre la barandilla de un puente; en equilibrio. Con él, nunca sabía a que atenerse. A temporadas, la llamaba miles de veces al día para decirle que la echaba de menos. Otras, parecía no haber existido nunca, parecía estar mudo o sordo o frío y distante.
Se puso cómoda, con sus pantalones de pijama grises y sus zapatillas rojas, intentando sacar fuerzas para prepararse el almuerzo. No le apetecía comer, y mucho menos sola.  Ni siquiera lasaña. Le supuso un esfuerzo sobrehumano recalentar las sobras de la noche anterior. Hincó el tenedor en el centro de la pasta y se quedó mirándola como si fuera a hablarle. No le dijo nada. Esa lasaña insociable no merecía ser comida. La tiró a la basura, con plato y todo. Se sirvió un vino blanco, semidulce, en una copa larga y se sentó  frente a la tele apagada. Sacó el móvil de su bolso y lo puso junto a la copa. Lo observó y lo abrió, con la certera sospecha de que tampoco le hablaría. Llevaba varios días sin hacerlo, a pesar de que lo consultaba continuamente, a pesar de que le dejaba discretos mensajes interesándose por la vida de él. Volvió a cerrarlo despectivamente. Consultó el último mensaje que había recibido: “Hoy no podemos quedar”. Lolita volvió a preguntarse por qué. Silencio.
Apuró otra vez la copa, intentando racionalizar. ¿Se le habrá ahogado el móvil? ¿Le habrá ocurrido algo? Me lo hubiera hecho saber, ¿no? Sabe mi dirección, mi e-mail, el número del trabajo. ¡Mierda de comunicaciones!
Mientras se servía otra copa se percató de que la tarde empezaba a caer. Puso la tele y cogió el mando. Mientras zapeaba y bebía, sonó, en medio de aquel impenetrable silencio de soledades, el timbre del móvil que avisaba de un mensaje. Era él, Alberto. El corazón le voló a la garganta. Abrió el sms: “Hoy, he soñado contigo”.
¿Qué? ¿Después de 6 días sin dar señales de vida, sólo me dice esto?
Se levantó irritada, llamó a Telepizza y encargó una lasaña gigante a la dirección de Alberto, mientras pensaba: “¡Háblale a la lasaña!”.

5 comentarios:

  1. Esos son los más peligrosos. Los que siempre vuelven con algo súper encantador... Sí, mejor que se lo quede la lasaña.

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  2. Encima que le dice algo bonito... como sois las mujeres!

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  3. Creo que esta relación no le conviene... Supongo que ese final: mandarlo a hablar con la lasaña quiere decir eso, que se acabó.

    Entretenido el relato.

    Besitos

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  4. Me ha gustado y arrancado una sonrisa. Gracias. Me gusta como está escrito. Has recreado muy bien la situación. Me quedo con " medio de aquel impenetrable silencio de soledades". Nos leemos.

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  5. tal vez prefería soñar con ella que estar de cuerpo presente

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