Allí, en aquel rincón, contra el portón, nos comíamos
a besos como dos adolescentes, para luego, volver a la frialdad de cruzarnos
como desconocidos por las calles de la ciudad. Ya lejos del portón, cuando nos
despedíamos, yo solía decir, con una contenida burbuja de deseo explotándome
por dentro:
- ... y ni siquiera puedo besarte.
Recordándome mi destino, me contestabas lanzándome un
suave beso al aire:
- Tu mujer no lo permitiría.
como dijo groucho, el amor es una carga tan pesada que hay que llevarla entre tres
ResponderEliminarLo prohibido siempre tiene un sabor a pasión desenfrenada que tienta... esconderse por amor o del amor?
ResponderEliminaresa burbuja de deseo tuya me ha despertado una burbuja de envidia dentro, ma.
ResponderEliminar