sábado, 28 de septiembre de 2013

NACER MUJER


Irma residía bajo la colina. Hacía tiempo que había dejado de sentir miedo, ese  miedo hiriente, ofensivo y grueso, casi asfixiante, atrapado entre los poros de su piel. Ya no era necesario. Ya no temía que unas manos invisibles segaran su vida en medio de un luminoso día de cielo azul y aroma a sal. Ni le asustaba volver a casa y descubrir la violenta ausencia de su prima Neyra o de Juana, su mejor amiga. Ya no le preocupaba que el miedo ocupara todo el espacio de su vida. Desde allí, desde lo más alto de la colina, una cruz rosa chicle, sin nombre, gritaba tristemente orgullosa lo que ella no había podido decir en vida: ¡Soy una mujer de Ciudad Juárez!

 

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