domingo, 13 de abril de 2014

BILLETES y SILENCIOS

Cuando yo nací ya no había guerra, pero los silencios la rememoraban cotidianamente y apuntaban a vivencias prohibidas y a recuerdos  vergonzosos. En mi familia había muchos silencios, aunque hasta que fui mayor no entendí si se referían a unas o a otros. Aprendí a los 7 años que fuera lo que fuera, mi familia y yo  pertenecíamos al grupo de los perdedores. No me gustaba el colegio, prefería correr por las calles tras los gatos y tumbarme al sol cuando me cansaba, beber agua de la fuente y esconderme  de esquina en esquina hasta que era la hora de regresar a casa.
Eran los primeros días de la primavera, el calor del sol empezaba a ser placentero y las nuevas horas de sol me parecían un postre añadido a una buena comida.  Mi casa estaba viva, era un rio de gente que iba y venía, todos ocupados; mis padres, mis abuelos, mis tíos, mis hermanas y hermanos y, ocasionalmente, alguna vecina desocupada.  Adoraba esos momentos que me permitían hurgar por los rincones, requisar algo goloso de la alacena, esconderme en el dormitorio de mis padres mientras mordisqueaba un trozo de galleta. Aquel día era una de canela, crujiente y aromática. Mientras que la  saboreaba despacio, apretándola contra el paladar, y toqueteaba los cajones de la cómoda, encontré una caja metálica, de lata, con sugerentes dibujos de colores. Estaba oculta tras las sábanas bordadas que  mi madre nunca usó y que guardaba como un tesoro, sólo para mirarlas de vez en cuando. No pude resistir la tentación de sacarla y abrirla. ¡En mi vida había visto semejante cantidad de billetes juntos!, un montón que no podía abarcar con mis dos manos juntas.  Dos o tres me bastarían para comprarme un trompo,  regaliz,  e ir al cine el viernes por la tarde a ver una película del oeste, e invitar a Pablo, y a Carlos. ¡Era rico!
Al instante siguiente y de repente, mientras mostraba aquel tesoro a mis amigos, la calle se convirtió en un sitio peligroso y adverso. La fuerza de las pérdidas, de las humillaciones, de las rabias, cayeron sobre mí a través de los ojos de espanto de mi familia, que salió a socorrerme con miedo y con silencios, muchos silencios. Me sentí aterrorizado cuando mi abuelo arrancó bruscamente los billetes de mi mano y se los guardó con rabia en el bolsillo, y sin mediar palabra tiró urgentemente de mí y nos encerró a todos en la casa, con cerrojo y todo, a pleno  día. No hubo palabras, solo miradas y silencios cada vez más grandes, y el manojo de billetes en la chimenea, ardiendo apresuradamente y quemando la imagen de una mujer  togada junto a un letrero que rezaba “República Española, Certificado de plata, 10 pesetas, Emisión de 1935”.

                                                          PARA MI AMIGA JUANI, A LA QUE LE NACE MAÑANA SU HIJA JULIA.

1 comentario:

  1. Hola MA.
    Llegué aqui de casualidad, pero me encantó conocerte.
    Me gustó tu blog. Ya te sigo para volver a leerte.
    Te invito a visitarme. Ojalá te guste.

    Saludos desde Oporto y te deseo un feliz Domingo.

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