MISERIA Y MIEDO
Es
cierto lo que dicen, que la miseria huele a mierda y a caca de perro. A veces
la vida se vuelve miseria en un instante, sin apenas darte cuenta.
Hace
meses que vivo con Luis (desde que mamá murió y mi casa se convirtió en un
infierno de hombres exigiendo atención). Él hace como que me cuida y dice que me
quiere. Antes me daba besos especiados con sabor a canela y jengibre. Pero ahora
tengo miedo, y asco. Se trae entre manos asuntos que no llego a entender, o no
quiero. Sale a deshoras y vuelve con la ropa revuelta, oliendo a pena negra, a
veces manchada de un marrón seco - sospechoso. Yo no pregunto, pero sé que la
gente del barrio lo mira con un respeto contenido que atufa a ganar de huir. Sus
extrañas salidas siempre coinciden con un horror: la desesperación por la
desaparición de Malú, los llantos por el
hallazgo del cuerpo descuartizado de María, la rabia por la violación de
aquellas chicas del centro de la ciudad…
No
puedo huir; le pertenezco, me lo dejó claro un día que le pedí explicaciones. Desde
entonces tengo que soportar cada noche su aliento jadeante y húmedo en mi nuca
cuando vuelve de sus correrías, y sus manos manoseando mi cuerpo como si fuera
carne de mercado. Luego, cuando no me ve, vomito. En esta ciudad las chicas se
sienten más libres en su casa; a mí el miedo me acosa dentro y fuera.
La
miseria huele a mierda, pero el miedo suena a cadenas que se arrastran, y a
resignación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario