martes, 28 de junio de 2011

ELLA

Día tras día. Años conociendo a una persona. Toda una vida que te proporciona patrones para intuir que algo ha cambiado. Indicios.
Noté que su sonrisa era distinta y su carcajada más fresca. Que no reía igual cuando estábamos a solas y que buscaba compañía, desesperado por no coincidir conmigo.
Sus ojos se perdían en ilusiones secretas cuando yo le hablaba y chispeaban adolescentemente cuando me comentaba  de su vida fuera de mí.
Sus silencios en las cenas. Sus largas ausencias durante horas de 300 minutos, trabajando en su despacho, privándome de su compañía… Las discusiones cotidianas por motivos insignificantes. La irascibilidad de nuestros tropiezos, seguidos de perdones pasionales y de encuentros ya olvidados, cuya frecuencia aumentó en los últimos meses. Siglos, milenios, o quizás sólo años, hacía que no ponía tantos matices al besarme, al acariciarme, al penetrarme entre dulce y bruscamente. Una brusquedad pendenciera, arrogante, rencorosa, hiriente. Casi una violación. Cuando cansado ya, se daba la vuelta y se recostaba abrazado a sí mismo sobre su costado, su mano no buscaba la mía y su cuerpo se alejaba solitario en la sombría estepa de la cama.
El sonido del móvil en la lejanía del salón provocaba una mirada furtiva que lanzaba de reojo sobre mí y que en milésimas de segundo preguntaba cientos de veces ¿lo has oído o no? Alejado a otra habitación volvía con explicaciones lógicas y coherentes carentes de toda emocionalidad.
Ahora le gustaba el vino blanco y odiaba el jersey que le regalé por su cumpleaños argumentando ofendido que le hacía mayor. Ahora, una vez a la semana, coincidiendo con una reunión plenaria, la ducha matinal dejaba un sensual olor a perfume en toda la casa que se quedaba a vivir conmigo hasta la noche.
Aquella vez, después de hacer el amor, una lágrima se le quedó atascada, en equilibrio, entre el párpado y el lagrimal. Me levanté y me vestí. Se vistió y se levantó. Me acerqué a él poniéndole la mano en el pecho y con toda la dulzura que me permitió mi orgullo le pregunté:
…¿Y te duele?
Su mirada fue de furia y desconcierto primero, triste y perdida después, ausente y hacia adentro al final.  Cerró los párpados, se acercó y me besó en la frente.
-       Lo siento.
La lágrima bajó rodando por su mejilla en un intento contenido de dar rienda suelta a su dolor. En un intento contenido de ahogar su infidelidad.

6 comentarios:

  1. Me gusta ese jersey que le hace mayor, ese pensar que los que nos rodean son los causantes. Es alucinante.

    Blogsaludos

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  2. estos hombres... siempre pensando con el pene

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  3. Sí, descubrir que tu pareja te es infiel debe de ser como lo has contado. Yo lo entiendo así y por eso me gusta el micro.
    Me mata, por inesperado, el "¿Y tu duele?". Me mata pero lo entiendo.

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  4. Una vez me comporté justamente como aquí lo hace el chico, sin ser consciente del daño con el que estaba enfermando a mi compañero.
    Me encanta el texto.
    Un beso.

    --
    Mrs.T

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  5. Muerte roja

    Esto pinta mal claramente, hasta que uno de los dos se libera dejando al otro esa tensión, ese peso en el pecho no desaparece.
    Después la presión desaparece; haciendo el amor con la nueva ilusión o llorando abrazada a la almohada, según lo que toque.

    Un besito :)

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  6. El fin del amor... o la crisis esa que dicen. ¿Pensó en comprarse un deportivo?
    Besos, MA

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