miércoles, 6 de julio de 2011

EL ULTIMO VIAJE


Mi abuela fue una mujer rotunda, alta, grande y fuerte durante toda su vida. De naturaleza simple, siempre parecía que sus sentimientos estaban poco arraigados a las personas ajenas a sí misma. A veces me daba la impresión de que no padecía por los inconvenientes de la vida y su filosofía para soportarlos se resumía en una frase tan filosófica como simple: “las culpas no pesan”.
En su vejez, presumía coquetamente de ser la más guapa del pueblo, de los novios que la pretendieron y de las envidias que su piel blanca y satinada despertaba entre las demás mujeres. Su madre, la abuela María, una pobre mujer que quedó huérfana siendo muy niña, y fue criada por una terrible madrastra de cuento, le lavaba la cara desde siempre con un unto de aceite de oliva y agua que mezclaba en el hueco de la palma de su mano. Por eso, nunca usó cremas, pero llegó a los setenta con una piel rosada de adolescente bien criada.
Al contrario que a mí, no le costaba arraigar en cualquier sitio, y desde que se casó con el abuelo Justo, casi por un apaño, quince años mayor, viudo y sin amor ni cortejo, vivió de un sitio a otro sin más afán que vivir. Ella nunca pronunció palabra respecto a si había aprendido a quererlo.
El abuelo, en cambio, la idolatraba a su manera. Cerca de los días de su muerte, no sé con que afán de agradarla, le explicó en  confesión del que ya nada tiene que construir, que algunas noches de dormivela,  se quedaba tendido de costado en la cama durante largos ratos, quieto, observándola y pensando lo guapa que era. Ella lo contó en casa, meses después a la hora del café, pero no se sentía alagada por ello sino ofendida por la niñería insustancial de su marido.
Cuando volvieron al pueblo para quedarse, cuando el abuelo se jubiló, ella aún era joven. Desde entonces, dejó pasar los días en la tranquilidad de lo conocido, de los hijos bien casados y los vecinos de siempre. Un único inconveniente la acosaba muy de vez en cuando. La casa. Después de toda una vida de trabajo y mudanzas no habían conseguido tener bienes propios. Habían invertido todo su dinero  en vivir día a día, en ser los únicos que tuvieron coche, en ser la única mujer que iba a la peluquería semanalmente, en ser el único que invitaba a carajillos de punta a punta de la barra…
Murió el abuelo, y ella fue envejeciendo con su piel de porcelana intacta. Perdió peso, perdió estatura y finalmente perdió memoria a razón de cientos de recuerdos y palabras por día. La cosa se nos hizo evidente cuando mi madre le regaló por Reyes unos guantes de piel. ¿Qué te han traído los Reyes abuela?. Unos calcetines, afirmó con un convencimiento fuera de toda duda. Olvidó que había estado casada, que había parido cinco hijos, las dolorosas heridas de la guerra, que había tenido marido, pero nunca olvidaba mirarse en el espejo cuando pasaba ante él. Finalmente, justo antes de entrar en la Residencia, dejó de reconocerse en el espejo, y nos decía cuchicheando: Esa mujer que me mira, no quiere irse….
Allí, en la Residencia, fue  perdiendo su rotundez, consumiéndose poco a poco, menguando y perdiendo volumen. Fue quedándose en una cosa pequeña y desconocida para todos, con su piel de porcelana intacta y sin arrugas.
-          La abuela se está muriendo.
Mi madre viajó hasta la Residencia para acompañarla en su último viaje. Murió como suele morir toda la gente, al estilo en que vivió. Sin hacer ruido, sin molestar, sin culpa ni remordimientos. Sin convencimiento. Se decidió en comité familiar enterrarla en el pueblo, junto al abuelo.
-          Lo más fácil va a ser incinerarla y llevar allí las cenizas.
Cuando mi madre volvió, tras la incineración, esperó durante dos días la
llegada de sus cenizas. No había podido traerlas con ella porque la urna metálica que contenía a la abuela, no pasaba los controles del aeropuerto. Una semana después aún no habíamos hecho ningún funeral en el pueblo en honor a la abuela, a pesar de que todos los vecinos preguntaban insistentemente por el día y la hora del entierro.
-          ¿Cuándo llegan las cenizas de la abuela?.
-          Ya han llegado, la enterramos ayer tu padre y yo. Llegaron por SEUR.
Ha sido su último viaje.

5 comentarios:

  1. Ese triste último viaje, tan lleno de sobriedad y a la vez de dulzura.

    Blogsaludos

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  2. joder, la que no puede escribir con el calor... pues con este escrito te has salido

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  3. Querido Malone, eso es porque no lo he escrito en estos días.
    Besos a todos

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  4. Muerte roja.

    Sabemos que todos tenemos que despedirnos de nuestros mayores alguna ves pero nunca parece que ese momento llegue nunca y cuando sucede es un mazazo que tardas en reponerte.
    Un relato precioso y lleno de vida aunque se trate de muerte.

    Un saludo ;)

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