Lo
recordaba como en un sueño, sin percepción clara de lo que era y de lo que no. Debía
ser por la edad, hay una edad en la que
todas las cosas se recuerdan como un sueño; o quizá solo las cosas importantes.
Recordaba un descampado embarrado, al pie de una carretera principal, que envolvía
a la zona en sonidos intermitentes de vehículos cansados que volvían a casa con
un ronroneo turbio de jornada acabada. Tres edificios amurallaban el descampado
por el oeste, de frente al vertedero
humeante de un olor insoportable a plástico quemado; y dos lolitas, a quienes el olor resultaba
empalagosamente familiar, apoyadas en una vespa, chupeteaban,
por turnos, los restos de un sobrecito del caramelo líquido de un flan.
Sonidos
ahogados de radio se intuían escapando de las ventanas de los bloques.
Comenzaban a salir de los
edificios jóvenes recién aseados,
dispuestos a disfrutar del fresco reciente de la tarde, mientras las voces
pregoneras de las madres, que continuaban trabajando entre amarillentas luces
de baja luminosidad, llamaban a la cena como el muadhdhin que
llama a la oración; tortilla francesa con tomate, y quizás, en algunas mesas,
un porrón de vino.
El suelo sucio y sin
baldosas, lleno de grasa de moto, indicaba la calidad de bajo comercial del
local, habilitado ahora como vivienda. Una familia completa de abuelos, padres
e hijos - mano de obra, subsistían entre los muros del edificio suburbial
repartidos en dos dormitorios, escasamente adaptados a una cama y una mesita. En
una habitación pequeña, de techo bajo y
sin ventanas, un hueco en medio de la pared servía de respiradero hacia un
oscuro y tétrico ojo de patio, frio y sin vida, lleno de basura y sinsentidos. Servía para poco, para acumular
colillas de ducados y rex y la amargura de los habitantes del edificio en los
días turbios de invierno. Y para mezclar emisoras de radio en una orquesta
asincrónica. El colchón, encajado entre dos paredes, sin somier, acogía las
secreciones de un joven mecánico de barrio que se paseaba sin camisa de dentro
afuera de la vivienda, y que a veces jugueteaba con él a los puñetazos. No lo recuerda con claridad, pero podría ser
su tío.
Durante las noches de aullidos
de sirenas de coches - policía y humos de fábricas de turno de noche, sonaba en
algún lugar del barrio un saxo triste de ciudad barriobajera y ambiciones sin
cumplir, acompañado de salpicaduras de piano.
Nunca le gustó la música,
pero esa melodía deprimente, lo acompañó toda la vida, como una impronta
indeleble grabada a fuego en sus sentidos.
quizás el más lírico que te he leído, muy descriptivo, realismo sucio, casi si me permites. Me ha gustado mucho, la extensión de este relato no mengua la calidad, es más, lo mejora. Enhorabuena MA
ResponderEliminarExcelente relato. Escribes de maravillas. Un gran deleite en este primer día de primavera argentina. Te sigo. Un abrazo.
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