El pobre
empleado, que había trabajado como un burro, ya cumplidos los 50 y cansado de
aguantar los palos que, día tras día, su patrón daba a su contrato, salió por
la puerta de atrás, sin despedirse y renunciando a toda indemnización,
dispuesto a probar mejor suerte en la ciudad alemana de Bremen.
De
camino al autobús, encontró a un viejo jornalero, que había servido, sin
contrato, en tierras de un terrateniente andaluz, en donde se había dejado el
pellejo y la vida en recogidas de aceitunas, monterías y otras cacerías.
Enterados ambos de sus respectivos problemas decidieron caminar juntos yendo
con la música a cualquier otra parte. Por el camino, se les unió un hábil
trabajador autónomo, que sin éxito, había peleado, como un felino, por mantener
su empresa a flote. Achicharrado hasta la médula de tanta presión fiscal, no tuvo
más remedio, finalmente, que dar portazo a lo que tantos años le había costado
crear. Poco después, subió al autobús un padre de familia, que envalentonado
por las facilidades hipotecarias
kikireadas falsamente por las entidades bancarias, había hecho construir
una casa que ahora no podía pagar. Cansado de esperar en la cola de la oficina
de empleo, había optado por emigrar.
Animados
todos por las dificultades en las que se encontraban, se dispusieron a caminar
juntos hacia el país vecino.
Llegados
a Bremen, encontraron que no era más que una guarida de ladrones, profusamente
iluminada, que no podía ofrecerles más de lo que ellos habían tenido
anteriormente. Mientras encontraban un medio de vida que pudiera sustentarlos a
ellos y a sus familias dejadas en la distancia, pensaron en poner en práctica
aquellas habilidades aprendidas en el sistema educativo público de su lejano
país. Mientras uno de ellos tocaba la caja, los demás tocaban las palmas y bailaban
entre soplido y soplido del metro. Los cuatro compañeros, tuvieron tal éxito
que formaron un grupo de música conocido
por Los músicos de Bremen, que les dio fortuna y buena vida, para ellos y sus
familias, por muchos años. Y quien no quiera creerlo, que venga a verlo.
Bremen es una ciudad de certezas, sus músicos no pueden mentir. Las historias, no deberían dejar a la imaginación libre de mentiras.
ResponderEliminarUn abrazo
Así vamos acabar los españoles, muy acertado, tocando flamenco en los metros y los trenes alemanes y franceses y hyendo de sus policías. Y eso con un poco de suerte, en el peor de los casos, nos quemarán en las cámaras de gas como en su día quemaron a los judios. Los individuos pobres del sur de Europa ya no les interesamos. Magnífico relato.
ResponderEliminarmuy buena versión del cuento, una vuelta tragicómica de tuerca acertada, me gustó
ResponderEliminares difícil escribir aplaudiendo, pero lo estoy haciendo, ma. a rabiar.
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