martes, 9 de abril de 2013

EN BUENA COMPAÑÍA


Se sirvió un vino blanco, semiseco, en una copa larga atravesada sin compasión por la luz crepuscular de Granada, y se sentó  frente a la tele apagada. No le gustaba beber sola, y menos un blanco. El tinto se daba más a la soledad, duro y rotundo. Una buena compañía. Pero el blanco no; el blanco le hacía añorar las caricias de un hombre desde la primera copa. Previamente se instalaba, suave, en su paladar y después inundaba las lindes de sus muslos con evocadoras bocanadas de calor, y hacía que le apeteciese otra más, y otra, y  otra.  Nunca tomaba más de dos, pero hoy era distinto. Deseaba olvidar y no recordar más que el vino, haciéndola suya sorbo a sorbo. Y mientras el frío líquido humedecía sus labios,  se entregaba a sí misma, acompañada de un surtido de sensaciones afrutadas, redondas, frescas y ácidas. 

                                                (Antonia, si gano, te invito a vino)

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