Mientras la fiebre disminuye
mis ganas de vivir, pienso en lo difícil que es llevar a cabo un buen plan sin
que nadie sospeche. Espiar no es fácil, requiere más de paciencia y rapidez,
cualidades de las que ando escaso, que de
cualquier otra habilidad. Esperaré a que no haya nadie, y a que sea de noche; estas cosas siempre salen mejor de noche,
amparado por la oscuridad y el silencio. Aunque el silencio puede ser mi peor enemigo,
a no ser que vaya descalzo. Sí, eso haré, me quitaré los zapatos, descalzo,
cuidando cada suave movimiento de mis pies, apretando los dientes en una mueca
abierta de mi boca.
Saco los pies de la cama y
los poso sobre el frío suelo. ¡Por dios bendito!, ¿Por qué crujen? Vuelvo a
meterlos en la cama. Será mejor que primero lo planee y ya lo llevaré a cabo
más adelante.
Bien. De noche, en silencio,
avanzando lentamente por el largo pasillo. Llegaré a la habitación del fondo, la puerta está abierta, yo la dejé
abierta para que no chirriara. Con una pequeña linterna en la boca avanzaré
hacia la mesa de la izquierda. Allí está el microchip, en el puerto superior
del ordenador. Abriré la minúscula trampilla de acceso y con una leve presión
de mi dedo, el muelle interior la expulsará, la cogeré y la sujetaré entre los
dientes. No, entre los dientes llevo la linterna. Entre el pulgar y el índice….
En el portátil, disimuladamente encendido dos horas antes, y oculto tras una
torre de papeles, introduzco y copio todos los archivos del microchip que
aparecen y desaparecen ante mis ojos a una velocidad vertiginosa. Sudo. Una
pantallita dice “faltan 4 minutos, 3 minutos 20 segundos, 3 minutos…” Se me hace interminable, una eternidad. Parece que no avanza, el tiempo
se para. Un minuto. Yo muevo las piernas como en un continuo tics,
entiendo que así se acelera el proceso. Ya. Extraigo, repongo, vuelvo sobre mis
pasos.
Es curioso, de pronto, el
que en mi casa haya o no un microchip de
trascendencia universal, no solo no me asombra sino que me trae sin cuidado. Parece
que el paracetamol me ha hecho efecto, ya no siento esa necesidad imperiosa de
espiar, sino de dormir.
Para los que todavía me leen.
Para los que todavía me leen.
el frenadol es magia pura. mañana te parecerá todo un sueño.
ResponderEliminarHay que cuidarse de las fiebres delirantes... No sea que la excursión sea otra.
ResponderEliminarexcelente texto
ResponderEliminarte debía una visita, Facebook mató a blogger y te perdí la pista un tiempo, espero seguir viniendo de vez en cuando
ResponderEliminarPues no entiendo esa afición por facebook. Para mi que la persona que lo diseñó es un maniaco depresivo o algo así. Es una página sin lógica ninguna y totalmente anárquica, que además funciona por si misma. Horroroso.
ResponderEliminarGracias por pasarte.
sí, depende para lo que se utilice, el 90% de mis contactos tienen que ver con las letras y entrar y poder leer docenas de poemas, relatos, etc sin tener que moverse y buscar es una gozada, para vagos como yo sobre todo
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