domingo, 3 de noviembre de 2013

¡OTRA VEZ HE PERDIDO LAS LLAVES!

Los rayos de sol, filtrados entre las cortinas, dibujaban un signo de admiración en la pared. Le pareció un mensaje divino. Sin embargo el bisbiseo de la mosca frente a los cristales le sonó a castigo, a torpeza y angustia. Provocaron su ira y sus bajos instintos y le hicieron levantarse buscando un objeto con el que espachurrarla. En el trayecto hacia el insecto descubrió, sobre la mesita, el manojo de llaves que llevaba buscando durante  dos horas. Siempre olvidaba donde las había puesto. Eran un  objeto tedioso al que dedicaba muchos minutos al día. Abre, cierra, guárdalas, encuéntralas, búscalas, piérdelas… Y vuelve a buscarlas. ¿Qué hacían allí? Debió dejarlas ayer, durante la discusión con su hija. En esos momentos era cuando más cosas perdía. Perdía las llaves, la dignidad, la quietud, la cordura, la calma; y se perdía  en mil conjeturas que ponían en duda su maternidad, junto a la imagen de la primera vez  que la vio, encima de una de las mesas del paritorio, al lado del lavabo. Tenía unos grandes ojos oscuros y una mirada de personaje de García Márquez. Fue lo único que pudo ver al mirarla, sus ojos de par en par abriéndose a la vida.

Durante esas tormentas, no había razones, ni rencores, ni vencedores ni vencidos; solo voces, insultos y gritos, balas de palabras que intentaban herir al contrario. Y después, cuando llegaba la calma, solo podía recordar aquellos grandes ojos de par en par.


                                                                                   A la chica de los grandes ojos abiertos a la vida

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