Daniela
se recostó al lado de su marido, cansada pero con la intención de disfrutar de
una noche de lujuria. Tumbada boca arriba, pensaba en el placer que sentía
cuando se reblandecía y se derretía bajo el cuerpo de Eduardo, pero no
notaba el cosquilleo en el vientre que se irradiaba hasta la punta de sus dedos
y que solía producirle el pensar que iniciaba un contacto sexual. No
notaba languidecer su cuerpo bajo el sentimiento del deseo. Pero sobre todo no
notaba el color naranja que acompañaba a sus ratos de placer recorriéndole los
pensamientos, ni el agradable olor a sudor que Daniela olfateaba con avidez
cuando quería sucumbir bajo el vértigo electrizante de un orgasmo.
No
inició ningún acercamiento. No encontraba el motor; el deseo explotaba en su mente
pero su cuerpo no respondía, estaba como dormido. Se esforzaba por llamar a la
excitación recordando batallas consumadas en el mismo colchón. Comprobó,
mirándose desde fuera, una ausencia dentro de ella, un cuerpo lánguido con un
interior duro donde no halló ningún rastro de deseo. Se aterrorizó pensando que
su libido había volado con los vientos huracanados del último mes de marzo, en
el que Daniela había estado sumida en una profunda tristeza de la que le costó
salir más de cuarenta días.
En
un esfuerzo supremo por encontrarla, se giró hacia su marido y le acarició el
pecho masajeando su vello con delicadeza. Recorrió su vientre y fue a pararse
en su pene ya repleto que la esperaba con ansiedad. Eduardo se giró hacia
ella casi disimuladamente y la besó, la mordió y la lamió, mientras que ella
esperaba con ansiedad la llegada de ese dulce escalofrío que la hacía
derretirse.
La
penetró con codicia mientras le jadeaba palabras obscenas que otras veces
le habían provocado pasión. Cuando él estalló de placer y derramó todo su deseo
dentro de ella, Daniela seguía buscando y se convencía definitivamente de que
su libido la había abandonado.
Cuando
Daniela despertó a la mañana siguiente, entre los intensos olores que se habían
quedado a vivir entre las sábanas de esa noche de pérdidas y encuentros,
decidió buscar sus impulsos libidinosos y regresarlos a su mente.
Buscó
durante todo el día entre los olores de la casa, entre los colores de la ropa,
en las raíces de sus canas. Buscó entre sus pechos y entre las fotos antiguas
de familia. Revisó sus pensamientos y buscó ocasiones para hacerla volver. Besó
a su marido, lo chupó y lo mordió en su afán por encontrar su pasión
extraviada.
Cuando
agotada, abrió las ventanas para respirar la noche y alzó la cabeza en un
intento de relajar su cuerpo, una intuición con la fuerza de un rayo la
atravesó y entonces entendió donde estaba su compañera de pasiones.
Se
había diluido en las noches de verano estrelladas, entre los sudores cálidos de
los jóvenes, entre sorbos de alcohol y sabores a humo de cigarrillos, entre
besos robados y entre los labios entreabiertos de anónimas bocas que encontraba
a su paso.
Allí
salió a buscarla.
¡ qué casualidad! :(
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarA mi me parece interesante, coincidir con el mismo tema y renglones tan distintos.
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