miércoles, 2 de diciembre de 2015

LIMPIEZA GENERAL




Había asumido con resignación quitar durante el resto de los días de su vida la mancha de café que aparecía insistentemente sobre la encimera de la cocina tras el desayuno diario. Había decidido recoger cada mañana sin rechistar las gotitas que su chorro de orina desgastado dejaba sobre la tapa del wáter, y quitarle las raspas al salmón antes de servirlo, para que no se atragantara. Incluso había soportado con desconocida paz que le repitiera machaconamente lo bien que hacia su mamá (muerta hace 40 años) la sopa de pimientos. Pero de ninguna manera, bajo ningún concepto estaba dispuesta a limpiar aquella mierda que quedaba esparcida por toda la sala, tras la siesta, a golpe de suspiro: abrazos firmes junto a gente que no era ella; colores intensos de besos y carcajadas; piernas de vértigo con medias de cristal; tugurios de vapores alegres; veranos tibios al desnudo... Se lo había repetido por última vez. Limpiar sus babas del cojín o acomodar la manta del sofá, pase. ¡Pero recoger todos los recuerdos que se le caían mientras dormitaba!, ¡de eso, ni hablar!

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